El escritor local, Jorge Muñozo, más conocido como MUÑOZO, con ya tres libros editados, donde su obra prima fue “Cuentos el Merkén” (2017), luego vinieron Crónicas de Muñozo, volumen 1 y 2, de los años 2019 y 2020 respectivamente, ahora esta ad portas de editar su nuevo libro, esta vez, una novela de tres capítulos titulado “La Viga de Rodrigo”, la cual fue conocido el primer capítulo entre sus amigos y seguidores. Dicha novela, declara Muñozo, “fue un trabajo al cual le he dedicado un poco más de mil días, ya que fue difícil dar con el texto preciso del perfil exacto del personaje principal, el desventurado Rodrigo Afanador”. Una vida desoladora y miserable, la de un ser perdido y sin escrúpulos.
FRAGMENTOS PRIMER CAPÍTULO
LA VIGA DE RODRIGO
(Un carroñero de poca monta)
“Me había enterado de todo y era vox populi la situación de Rodrigo Afanador, al que días antes le habían propinado una pateadura de aquellas y yo sabía por qué, en rigor, todo el pueblo lo sabía.”
“Su punto débil y perdición, era el alcohol y con el paso de los años, las drogas, aunque lo escondía con esmero. Solo un par de copas bastaba para desencadenar sus acciones libidinosas, Venia la inhibición, luego la observación y el estudio preciso de la víctima” …
“En el pueblo, era tema recurrente sus víctimas, que no denunciaban por vergüenza”.
“Ahí entendí que el hombre era un ser que no podía contenerse, estaba predestinado a hacer daño y no sentir culpa alguna y viviría y moriría con ello”.
“La situación era comentario obligado en las familias del pueblo y más allá, a la hora del desayuno, almuerzo u once, en las calles a toda hora, en los bares, hasta en los partidos de fútbol o pichangas de barrio”.
“Intuí la cruz sobre sus hombros por lo que atiné a decirle, “tranquilo, no vengo a juzgarte”. Increíblemente, sin mover un músculo, contestó que no me preocupara, ya que la culpa no había sido suya. Dijo con tranquilidad de Jack el Destripador, con cuchillo en mano, que no había sido su culpa, que había sido provocado. El discurso clásico de los abusadores. Su respuesta no hizo otra cosa que confirmar mi sospecha, de que era incapaz de sentir culpa, y si debía mentir hasta morir, lo haría”.
“Sin profundizar en sus innumerables delitos, los que con el tiempo me enteré, entendí que para él la violación no era algo impropio o un delito, sino simplemente la posibilidad de saciar sus deseos”.
“Rodrigo Afanador, no pasa inadvertido, y no necesariamente por inteligencia, suavidad o distinción. Su figura es híbrida y todo en el parecía falso. De rostro redondo y contextura media, con tendencia a la obesidad. En la calle no se habría destacado de nadie, porque su presencia era corriente y hasta se podría decir un poco grotesca. La calvicie evidenciaba inseguridad y de alguna manera insatisfacción con su propia imagen”.
“Para ser aceptado, intentaba disfrazarse de otro para ser incluido. Llegaba a lo patético cuando citaba en conversaciones a escritores y filósofos, solo para que creyeran que había tomado en sus manos un libro. Nada en él era cierto. A decir verdad, si, había algo cierto, que abusaba de otros. Todo en él era opaco, no podía brillar”.
“Rodrigo Afanador sabía que estaba perdido, todo ya se sabía y eso nunca lo podría borrar. Se instalaría en su vida el estigma de ser señalado con el dedo acusador. Cada vez que se pronunciara su nombre, se recrearía una y otra vez el acto fallido y la pateadura que se ganó. Con razón, sin razón, no lo sé”.
“De pronto, se hizo un silencio y lo miré fijamente, apuntando al rostro. Movió los ojos nerviosamente hacia otro lado. No le quite los ojos de encima y no le quedó otra que mirarme, sintiéndose inquietamente observado. Ahí me di cuenta que sí le importaba lo que la gente dijera de su pobre vida”.
“Me mintió. Siempre mentía. Mientras más mentía, más se concentraba en mentir y hacer de una mentira una verdad. Pero esto no es como las matemáticas. Dos mentiras, no hacen una verdad”.
«Amiguito, me dijo, estaba maestreando y se me vino una viga y me cayó justo en el rostro, y mira como me dejó el ojo”, “En el lugar, no había rastros de trabajos de carpintería” …
“Estaba acorralado y aun así intentaba convencer sobre su verdad. Intentó victimizarse. No estaba dispuesto a reconocer el ataque, que sin consentimiento es simplemente una violación o intento de violación, lo que, según los testimonios, generó tamaña golpiza”.
“Estaba condenado a vivir para siempre sin amor”.
“Palideció, aterrado y suplicante, con los ojos en extremo abiertos. Le grité como como mierda se levantaba todos los días y se miraba al espejo y veía su rostro de mentira y abuso. Que acaso no le temía a dios, del que tanto hablaba. Sin decir palabra se quedó petrificado, comenzó a gemir en forma suplicante. Luego le comenzaron a correr por el rostro unas lágrimas. Sorprendentemente, su rostro pasó de la súplica a una sonrisa sarcástica. Ahí entendí que no era normal, que era un ser enfermo”.
“Comenzó a llover, le di las gracias por el café y me despedí. Salí y me fui caminado por el medio de la calle Martínez de Rosas con rumbo a la Plaza Arturo Prat. Antes de alejarme, volví el rostro hacia la ventana del segundo piso y me percaté de que, apenas cerré la puerta por fuera, había apagado la luz, pero aun así logré sorprenderle cuando me miraba, a través de la cortina rosada, agazapado en completa oscuridad”.
“La Viga de Rodrigo”.
Editorial ArteGrama.
85 páginas.